La Desigualdad Mexicana Social y Económica

Mi Experiencia, lo que he visto desde mi asiento en la vida


Este es un pequeño archivo en el que trabajé hace un par de días, no me gustó para entregarlo como proyecto pero es necesario que alguien por ahí lo lea, que se sienta identificado y comparta situaciones aunque sé que el escribir aquí es como hablarle a la pared.

La desigualdad

La naturaleza del ser humano es la rareza, la unicidad, ser el núcleo de cada una de nuestras propias historias. Lo normal se embolsa en algo aburrido, durante los últimos años se ha revolucionado sin descanso el pensamiento común: la inclusión (lenta pero segura) de más de dos géneros ha sido un cambio extraordinario, la rebeldía de los que no son escuchados al alzar la voz, el océano interminable, sin fondo de la web y el desarrollo de las nuevas tecnologías a mi parecer, asusta. Tenemos que crecer, es una obligación, la única que como raza sostenemos. Mirar alrededor, observar todos los colores, los tamaños, estilos, conciencias, opiniones, posibilidades que encierra el planeta tierra habla. Habla de cultura, desarrollo económico, grita desigualdad. ¿Es, acaso la desigualdad obra de la deidad mayor creada solamente para ser más divertida su expectación?

Desde que se nace se está bajo la lúgubre sombra de la desigualdad: el género, la orientación sexual e incluso nuestro color de piel nos envuelven en desigualdad. Uno no nace sabiendo que es diferente hasta que la sociedad te hace notarlo de la manera más cruda posible y comienzas a cuestionarte por qué no puedes tener esos colores, aquella mochila, ese carro o una computadora. Preguntas en tu casa y la respuesta es triste, real y no cambia: “no hay dinero” pero si tus padres no tienen espacios para respirar, se ahogan en trabajo. Tú te ahogas en deseos. La vida de un niño es simple cuando no hay problemas monetarios graves, se sabe de infantes trabajando desde su más tierna edad para sobrevivir o al menos para no pasar hambre. Ahí está la desigualdad, la corrupción, la injusticia y la inconsistencia del sistema imperante.

A mi parecer la adolescencia es una de las fases humanas más duras que se debe pasar y conquistar. En este lapso de tiempo se define qué serás los primeros años de tu edad adulta. Se deambula entre embarazos prematuros, excelentes profesionistas, drogadictos, vendedores callejeros, mantenidas e hijos mimados peligrosamente. Eso, en el entorno en el cual me tocó estar en el pasado. Vi de todo y atestiguo que ninguno se arrepiente de lo que hizo. Mirar a una madre soltera de 16 años con 3 hijos que no mantiene precauciones en el momento de la procreación es un foco que alumbra a la desigualdad, desigualdad e ignorancia, la última contagiosa.
Mientras nos volvemos viejos y vemos el sol cerrando el telón de lo que parece ser una obra de teatro eterna, nos topamos con la realidad ante nuestros ojos, el momento en el cual tus padres sueltan tus manos y es tu tiempo de tomar decisiones. La educación superior es un desafío que exige, te reclama, te grita, quiere tu atención. El conocimiento se debe cuidar, atender y observar cómo crece, sentirlo, es en verdad un arte. 


Alguien una vez me contó una historia de un joven al que sus padres solo pudieron dotarlo de estudios primarios, bajo su propio riesgo decidió, a los 13 años estudiar la secundaria con personas mucho más mayores que él en un horario nocturno. Amaba la escuela, el camino por el que decidió pasar tenía obstáculos, las aguas eran inestables y su trabajo era físico y el tiempo no era suficiente. La vida le dejó graduarse, él soñaba con ser maestro y que sus manos dejaran de trabajar tan duro, miraba con extrañeza como a sus 17 años sus manos reflejaban trabajo bajo el sol y las de su profesor sombras blancas de la tiza con la cual enmarcaba las ecuaciones de álgebra básica. No lo logró y hasta el día de hoy sigue coleccionando heridas, cortaduras y quemaduras, latigazos de la desigualdad. Y los sueños que algún día lo hacían despertar se quedaron grises y escondidos en un cajón que solo se abre con la melancolía.
 Somos resultado del grado de desigualdad que vivieron nuestros padres en su momento.  

 

¿Cómo afecta la desigualdad en el ingreso a una joven mexicana de 20 años?


 Nunca en mi vida hasta ahora he tenido la desgracia de sufrir por hambre, por no tener hogar o dinero, he llevado un estilo de vida agradable y hermoso, he acumulado experiencias simples y he tenido el apoyo de mis padres en todo lo que quiero hacer. Me enfrenté cara a cara con la desigualdad cuando a mi madre la despidieron de su último empleo, supe por que la despidieron, recorte de personal, que gracias a los conocimientos básicos de marxismo que me ha brindado la universidad lo supe entender. He vivido en una patriarcado dirigido por mi madre “el hombre es la cabeza pero la mujer es el cuello y sabe hacia dónde dirigirla”, un hogar en secreto machista y al ser yo mujer se me han prohibido muchas cosas e incluso he llegado a ver mis sueños como imposibles por el hecho de ser mujer, comenzó con tareas tan simples como aprender a manejar o salir sola por la noche (que tal vez no es la gran cosa pero sé identificarlo y ponerle un nombre). Cuando mi madre perdió su empleo y logré verla destruida por ello y gracias a la paridad del poder de compra que ha disminuido a lo largo del tiempo, mi vida y la de mi pequeña familia se vio afectada, agreguémosle el cambio de presidente y los constantes gasolinazos, supimos que “ya no nos alcanzaba”. Tuve que salir a trabajar, un trabajo que estuve buscando desde hace ya varios años. Encontré uno que es excelente para mis exigencias como estudiante, me ha ayudado con ciertos problemas sociales que he estado afrontando desde mi infancia y redujo mi ansiedad y también en un grado inferior mi depresión. Además, también soy buena en ello.

 Estoy segura que la vida de mis compañeros y allegados se sacudió de la misma manera. Mi tiempo para estudiar se redujo a casi nada y mis fines de semana los utilizo para dormir. Era reconocida porque siempre llegaba temprano, hacía todas mis tareas, escribía y leía en mi tiempo libre, nunca faltaba a ninguna clase. Tenía problemas, principalmente en matemáticas pero estaban (y todavía) mis amigos que recíprocamente me ofrecían su ayuda. El cansancio y el mayor número de responsabilidades que me carga el trabajo han hecho que mi promedio, mi retención de información y mis ganas de aprender vayan hacia la baja. Mi desigualdad la cuento en horas de estudio. Son las faltas porque no logro despertarme, los retardos, las tareas copiadas, la mediocridad en mis estudios. Esta es mi desigualdad. Platicando con algunos compañeros, sorprendidos por mi ausencia en clases, les repito mi situación y su respuesta es siempre la misma: renuncia. Y para mí esa no es una opción. No es victimización. Es una perspectiva real que cientos de estudiantes de educación superior enfrentan todos los días, gracias a mis anteriores estudios, mi trabajo no es pesado como el de un operario o un albañil, de eso estoy muy consciente. Mi caso tal vez solo sea de mala organización. En el momento en el que un estudiante deja de atender la escuela porque el traslado es incluso difícil, no puede costearse el equipo necesario para trabajar estamos en una sociedad sumamente desigual.        


La Desigualdad Mexicana

La desigualdad en el ingreso ha llamado la atención a economistas contemporáneos y veteranos por igual. Desde hace treinta años, todos los países de la OCDE han incrementado su brecha de desigualdad. México es el segundo país más desigual dentro de este grupo, con Chile a la cabeza. La brecha que existe entre la población más rica y la inmensa masa que vive en pobreza es ridícula, 30.5 veces. En el año 2000, la diferencia entre ingresos era un poco menos preocupante pero, como resultado y después de las crisis del 2008-2009 ésta ha crecido y no se detiene siendo cada vez más vulgar con una tendencia a largo plazo.

Cuantas veces no hemos tenido la duda existencial de si alguna vez la desigualdad en el mundo se reducirá o si todavía podemos hacer algo para detener la naturaleza del sistema, explotador que desea satisfacción instantánea, consumista y extraordinario.   México o cualquiera de los países de la OCDE están a más de veinte años de distancia para reparar parcialmente el problema de la desigualdad. Cada seis años se tienen nuevas ideas y el cambio se lo llevan junto con las promesas, sus campañas costosas y la oportunidad de mejorar. Las políticas públicas para contrarrestar la pobreza son un parte muy importante que en conjunto apoyan a aquellos estratos de la población que sobrevive con menos de dos dólares al día. Se debe continuar apoyando a los deciles más desafortunados del país. No descansar hasta que ningún niño del mundo sufra de hambre y sea capaz leer y escribir. Pensar en el desarrollo antes que en el crecimiento, cuando la sociedad tiene mejor educación obtiene un trabajo menos agotador y adecuadamente remunerado. Reformando el mercado laboral y reduciendo la brecha entre los trabajadores temporales y aquéllos con contratos permanentes hará que tanto como la informalidad y la desigualdad tomen un punto más bajo.

Estamos constantemente sintiendo la desigualdad y somos testigos de las fallas del sistema y lo poco que le importa tanto al gobierno interno como al mercado externo que tanto luchan por obtener. Una retrospectiva al interior: el otorgamiento de puestos a sujetos que no necesariamente tienen una carrera política exitosa, la falta de transparencia y el abuso del poder aumentan la disparidad del ingreso; la marginación de grupos étnicos y minorías sociales, su trato y difusión hablan de un problema estructural, un mercado interno igual de fuerte que un hilo y el apoyo precario al desarrollo de nuevas tecnologías e investigación científica solamente hacen más evidente que el país necesita ayuda.      



 Soy Ferks, la de los escritos obscuros. Felicidades por tener computadora.

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